Siempre
que puedo huyo de la gran ciudad, buscando un lugar tranquilo,
alejado y distante de la realidad. En el campo tengo un lugar que me
sirve para olvidarme del humo de los coches y de la contaminación
acústica, esa que todos sabemos que esta pero que nos negamos a oír.
Me siento y lo preparo todo para estar relajado. Mi silla cómoda, mi
paquete de tabaco, mi bebida favorita, buena música de fondo y una
buena vista. Una vez todo preparado ya me puedo relajar, bueno eso
pensaba yo hasta que comenzó el espectáculo. Al principio era un
ruido lejano, como tambores de guerra que se iban acercando, cuando
quise darme cuenta ya tenía al lado al típico joven con sus
altavoces a todo volumen, oyendo algo que él considera música pero
para mi solo es ruido enlatado, para tener un efecto óptico bajo las
luces de neón. Para su coche, no le puedo decir nada la música
es libre y vuela donde quiere, sin limites y sin preguntar si quien
la escucha quiere oír aquella notas infernales. Me mira con
desprecio, en sus ojos se ve la arrogancia de la juventud, esa que
hace tiempo perdí, pero que aun conservo, bueno como se dice en el
interior, así que le devuelvo la mirada, como queriéndole decir que
se vaya que no me moleste, que no rompa aquel momento de
tranquilidad, que su música tiene cuatro ruedas y la mía no, en
resumen, que se vaya. No sé si conseguí lo que quería, pero
después de un rato mirándome a través de sus gafas oscuras, se
monta en el coche, aumenta el volumen y se marcha. No me lo podía
creer, que gran victoria, tendré poderes mentales, no lo creo, me
reclino en la silla, doy un hondo suspiro y comienzo de nuevo a
relajarme, pero como he dicho antes esto solo era el preámbulo del
espectáculo. Cuando me acercaba el vaso a mi boca, comienzan los
ruidos que yo denomino de reparaciones, sierras, palas, aspersores y
todo aquel instrumento que puede hacer un ruido molesto y nada
pacificador. Esto me hace pensar que ruidos son los que prefiero y me
doy cuenta, la verdad que me gusta el ruido de los gallos, de las
ramas rozándose entre sí o con el aire, pero aquellos ruidos
desaparecen cuando son engullidos por aquellos que me recuerda a mi
vida cotidiana en la ciudad, por mucho que quiera parecen que
persiguen y que no quieren abandonarme.
Mejor
lo dejo, me fumo me cigarro, me tomo mi bebida de un trago y me meto
en la casa que tengo en el campo a ver la tele para no perder la
monotonía de los ruidos de la gran ciudad.
3 Comentarios
Buen día muy real tu relato y cada vez estamos mas lejos de encontrar ese silencio absoluto, esa paz contigo, ése anhelado instante
ResponderEliminarMe hizo falta el doblar el ala al cisne... bien logradas imágenes acústicas del sonido natural. Seguir eexplorando...
ResponderEliminarSiempre buscamos escapar de la rutina a la vez que cuando salimos de ella la echamos de menos. Gran relato donde se habla del inconformismo humano, donde se busca el silencio pero una vez encontrado se anhela el ruido.
ResponderEliminarUn saludo.