Rapunzel
es un cuento de hadas de la colección de los Hermanos Grimm.
En
la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, Rapunzel es el n.º
12. La doncella en la torre.
Había una vez un hombre y una mujer que vivían solos y desconsolados por no tener hijos, hasta que, por fin, la mujer concibió la esperanza de que Dios Nuestro Señor se disponía a satisfacer su anhelo. La casa en que vivían tenía en la pared trasera una ventanita que daba a un magnífico jardín, en el que crecían espléndidas flores y plantas; pero estaba rodeado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, ya que pertenecía a una bruja muy poderosa y temida de todo el mundo. Un día asomóse la mujer a aquella ventana a contemplar el jardín, y vio un bancal plantado de hermosísimas verdezuelas, tan frescas y verdes, que despertaron en ella un violento antojo de comerlas. El antojo fue en aumento cada día que pasaba, y como la mujer lo creía irrealizable, iba perdiendo la color y desmirriándose, a ojos vistas.
Viéndola tan desmejorada, le preguntó asustado su marido: "¿Qué te ocurre, mujer?" - "¡Ay!" exclamó ella, "me moriré si no puedo comer las verdezuelas del jardín que hay detrás de nuestra casa." El hombre, que quería mucho a su esposa, pensó: "Antes que dejarla morir conseguiré las verdezuelas, cueste lo que cueste." Y, al anochecer, saltó el muro del jardín de la bruja, arrancó precipitadamente un puñado de verdezuelas y las llevó a su mujer. Ésta se preparó enseguida una ensalada y se la comió muy a gusto; y tanto le y tanto le gustaron, que, al día siguiente, su afán era tres veces más intenso. Si quería gozar de paz, el marido debía saltar nuevamente al jardín. Y así lo hizo, al anochecer. Pero apenas había puesto los pies en el suelo, tuvo un terrible sobresalto, pues vio surgir ante sí la bruja.
"¿Cómo te atreves," díjole ésta con mirada iracunda, "a entrar cual un ladrón en mi jardín y robarme las verdezuelas? Lo pagarás muy caro." - "¡Ay!" respondió el hombre, "tened compasión de mí. Si lo he hecho, ha sido por una gran necesidad: mi esposa vio desde la ventana vuestras verdezuelas y sintió un antojo tan grande de comerlas, que si no las tuviera se moriría." La hechicera se dejó ablandar y le dijo: "Si es como dices, te dejaré coger cuantas verdezuelas quieras, con una sola condición: tienes que darme el hijo que os nazca. Estará bien y lo cuidaré como una madre." Tan apurado estaba el hombre, que se avino a todo y, cuando nació el hijo, que era una niña, presentóse la bruja y, después de ponerle el nombre de Verdezuela; se la llevó.
Verdezuela
era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce
años, la hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio
de un bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente en lo alto
había una diminuta ventana. Cuando la bruja quería entrar,
colocábase al pie y gritaba:
"¡Verdezuela,
Verdezuela,
Suéltame
tu cabellera!"
Verdezuela
tenía un cabello magnífico y larguísimo, fino como hebras de oro.
Cuando oía la voz de la hechicera se soltaba las trenzas, las
envolvía en torno a un gancho de la ventana y las dejaba colgantes:
y como tenían veinte varas de longitud, la bruja trepaba por ellas.
Al
cabo de algunos años, sucedió que el hijo del Rey, encontrándose
en el bosque, acertó a pasar junto a la torre y oyó un canto tan
melodioso, que hubo de detenerse a escucharlo. Era Verdezuela, que
entretenía su soledad lanzando al aire su dulcísima voz. El
príncipe quiso subir hasta ella y buscó la puerta de la torre,
pero, no encontrando ninguna, se volvió a palacio. No obstante,
aquel canto lo había arrobado de tal modo, que todos los días iba
al bosque a escucharlo.
Hallándose
una vez oculto detrás de un árbol, vio que se acercaba la
hechicera, y la oyó que gritaba, dirigiéndose a o alto:
"¡Verdezuela,
Verdezuela,
Suéltame
tu cabellera!"
Verdezuela
soltó sus trenzas, y la bruja se encaramó a lo alto de la torre.
"Si ésta es la escalera para subir hasta allí," se dijo
el príncipe, "también yo probaré fortuna." Y al día
siguiente, cuando ya comenzaba a oscurecer, encaminóse al pie de la
torre y dijo:
"¡Verdezuela,
Verdezuela,
Suéltame
tu cabellera!"
Enseguida
descendió la trenza, y el príncipe subió.
En
el primer momento, Verdezuela se asustó Verdezuela se asustó mucho
al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían visto ninguno. Pero el
príncipe le dirigió la palabra con gran afabilidad y le explicó
que su canto había impresionado de tal manera su corazón, que ya no
había gozado de un momento de paz hasta hallar la manera de subir a
verla. Al escucharlo perdió Verdezuela el miedo, y cuando él le
preguntó si lo quería por esposo, viendo la muchacha que era joven
y apuesto, pensó, "Me querrá más que la vieja," y le
respondió, poniendo la mano en la suya: "Sí; mucho deseo irme
contigo; pero no sé cómo bajar de aquí. Cada vez que vengas,
tráete una madeja de seda; con ellas trenzaré una escalera y,
cuando esté terminada, bajaré y tú me llevarás en tu caballo."
Convinieron en que hasta entonces el príncipe acudiría todas las
noches, ya que de día iba la vieja. La hechicera nada sospechaba,
hasta que un día Verdezuela le preguntó: "Decidme, tía
Gothel, ¿cómo es que me cuesta mucho más subiros a vos que al
príncipe, que está arriba en un santiamén?" - "¡Ah,
malvada!" exclamó la bruja, "¿qué es lo que oigo? Pensé
que te había aislado de todo el mundo, y, sin embargo, me has
engañado." Y, furiosa, cogió las hermosas trenzas de
Verdezuela, les dio unas vueltas alrededor de su mano izquierda y,
empujando unas tijeras con la derecha, zis, zas, en un abrir y cerrar
de ojos cerrar de ojos se las cortó, y tiró al suelo la espléndida
cabellera. Y fue tan despiadada, que condujo a la pobre Verdezuela a
un lugar desierto, condenándola a una vida de desolación y miseria.
El mismo día en que se había llevado a la muchacha, la bruja ató las trenzas cortadas al gancho de la ventana, y cuando se presentó el príncipe y dijo:
"¡Verdezuela,
Verdezuela,
Suéltame
tu cabellera!"
la
bruja las soltó, y por ellas subió el hijo del Rey. Pero en vez de
encontrar a su adorada Verdezuela hallóse cara a cara con la
hechicera, que lo miraba con ojos malignos y perversos: "¡Ajá!"
exclamó en tono de burla, "querías llevarte a la niña bonita;
pero el pajarillo ya no está en el nido ni volverá a cantar. El
gato lo ha cazado, y también a ti te sacará los ojos. Verdezuela
está perdida para ti; jamás volverás a verla." El príncipe,
fuera de sí de dolor y desesperación, se arrojó desde lo alto de
la torre. Salvó la vida, pero los espinos sobre los que fue a caer
se le clavaron en los ojos, y el infeliz hubo de vagar errante por el
bosque, ciego, alimentándose de raíces y bayas y llorando sin cesar
la pérdida de su amada mujercita. Y así anduvo sin rumbo por
espacio de varios años, mísero y triste, hasta que, al fin, llegó
al desierto en que vivía Verdezuela con los dos hijitos gemelos, un
niño y una niña, a los que había dado a luz. Oyó el príncipe una
voz que le pareció conocida y, al acercarse, reconociólo Verdezuela
y se le echó al cuello llorando. Dos de sus lágrimas le
humedecieron los ojos, y en el mismo momento se le aclararon,
volviendo a ver como antes. Llevóla a su reino, donde fue recibido
con gran alegría, y vivieron muchos años contentos y felices.
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