La Liebre y la Tortuga
Una
liebre y una tortuga hicieron una apuesta. La tortuga dijo:
-
A que no llegas tan pronto como yo a este árbol....
-
¿ Que no llegaré ?- contestó la liebre riendo.
-Estás
loca. No sé lo que tendrás que hacer antes de emprender la carrera
para ganarla.
-
Loca o no, mantengo la apuesta.
Apostaron,
y se pusieron junto al árbol lo apostado; saber lo que era no
importa nuestro caso, ni tampoco quién fue juez en la contienda.
Tenía,
pues, tiempo de sobra para pacer, para dormir y para olfatear el
tiempo. Dejó a la tortuga andar a paso canónigo. Ésta partió
esforzándose cuanto pudo; se apresuró lentamente. La liebre,
desdeñando una fácil victoria, tuvo en poco a su contrincante, y
juzgó que importaba a su decoro no emprender la carrera hasta la
última hora. Estuvo tranquila sobre la fresca hierba, y se entretuvo
atenta a cualquier cosa, menos a la apuesta. Cuando vio que la
tortuga llegaba ya a la meta, partió como un rayo; pero sus patas se
atoraron por un momento en el matorral y sus bríos fueron ya
inútiles.Llego primero su rival.
-
¿ Que te parece?- le dijo riendo la tortuga.
-
¿ Tenía o no tenía razón ? ¿ De que te sirve tu agilidad siendo
tan presumida? ¡ Vencida por mí ! ¿ Que te pasaría si llevaras,
como yo, la casa a cuestas ?
La
idea de nuestra superioridad nos sirve con frecuencia. No llega a la
meta más pronto quien más corre.
Nota
: Fabula atribuida a Esopo, reescrita por Jean de La Fontaine
El Maestro y el Niño
En
esta fábula intento demostrar la presunción vana de un necio:
Cuando
estaba jugando a las orillas del Sena, un niño cayó al agua, más
por gracia divina se hallaba allí un sauce con cuyas ramas se salvó
el pequeño. Pasó por allí un maestro de poco entendimiento, y el
infante gritó :
-
¡ Auxilio que me ahogo !
Ante
dichos gritos, el maestro se volvió, e imprudentemente y fuera de
situación, empezó a sermonear al infante:
-
¡ Mira qué travieso, a dónde le ha llevado su locura !
¡
Gasta tus horas cuidando esta clase de prole !
¡
Desdichados padres, pobre de ellos velando a todo momento por esta
turba inmanejable !
¡
Cuánto deben padecer, y cómo lamento su destino !
Después
de tanto hablar, saco al niño de las aguas.
Censuro
aquí a muchos más de lo que se imaginan. Habladores y criticones y
pedantes pueden reflejarse en el escrito anterior; cada uno de ellos
forma un pueblo numeroso; sin duda el creador bendijo esa prolífica
casta.
¡
No hay tema sobre el que no piensen ejercer su habladuría! ¡
Siempre tiene crítica que hacer ! ¡ Pero amigo, librame del apuro
primero, y después suelta tu lengua !
Antes
de señalar los errores del prójimo, mejor primero ayúdalos a
mejorar su situación
Jean de La Fontaine ( 1621-1695 ) fue un fabulista francés.
Sus cuentos y novelas están inspiradas por Ariosto, Boccaccio, François Rabelais y Margarita de Navarra. También es autor de Cuentos Galantes (libertinos) que fueron adaptados al cine por José Bénazéraf. En 1683 se convirtió en miembro de la Academia Francesa.
Sus fábulas fueron publicadas en múltiples ediciones ilustradas. A mediados del siglo XVIII, se lanzó una edición en varios tomos, con grabados basados en diseños de Jean-Baptiste Oudry. J. J. Grandville ilustró sus fábulas en 1883; Gustave Doré, en 1867, y Benjamin Rabier, a comienzos del siglo XX.
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